Te vas a perder

Mientras maquinalmente estacionaba el auto en la cochera, escuché el grito una y otra vez: “¡La mató!”. Sobresaltado e inmóvil, quedé frente al volante por unos segundos. Los gritos provenían de la cocina, la ejecutante: Rocío, la muchacha que nos ayudaba. Salió corriendo y gritando fuera de sí, golpeó mi ventanilla haciendo señales para que la siguiera y entró corriendo a la casa mientras gritaba: “¡La mató! ¡La mató!” La seguí aterrorizado y al entrar a la cocina vi el cadáver, tirado en el piso y sangrando profusamente, en la pantalla del televisor.

La escena se congeló y dio paso a unos anuncios comerciales, tiempo que aproveché para explicarle, a la angustiada Rocío, que se trataba solamente de la escena de una telenovela, que la muerta no era tal y que se trataba de actores que representaban un papel. Recobrar el aliento me tomó un instante, pero ella seguía temblando y llorando. No creyó en mis palabras, nunca lo hizo, siempre confió en que lo que veía en la tele, era real. No podía ser de otra manera, sus ojos lo vieron.

Otro caso memorable de televidentes cándidas, fue el de: La Jóse. No conocimos sus apellidos, ni su nombre completo. Para todos en la casa, para los amigos y en la colonia, era simplemente: La Jóse.

Cuando todavía no se recuperaba del mareo, derivado del viaje desde la sierra queretana, las escenas que vio en la televisión, desconocida para ella hasta ese fascinante día, resultaron conmovedoras y modelos a seguir.

Gran impacto le causaron las lindas Cenicientas, que aparecían en el horario de cuatro a ocho, afanadas en la labor de conquistar o dejarse conquistar por el “señorito”. Estas sufridas guerreras, a pesar de los miles de impedimentos de una sociedad que les despreciaba, lograban al fin; materializar sus sueños. Jóse lo creía ilusionada, sufría y se alegraba con cada capítulo. Sus ojos negros que reflejaron bosques, ríos y cascadas de su natal tierra serrana, que no lloraron por la nostalgia de sus paisajes, lo hacían ahora como consecuencia de las telenovelas.

Desde el momento en que llegó a nuestra familia, la relación obrero patronal se contaminó de cariño, pero sobre todo, de preocupación por los problemas en los que sistemáticamente se metía; a causa del amor.

Al nacer en ese pueblo olvidado, en donde hasta la golondrina emigró, tal vez por las condiciones insalubres del parto, o por alguna cuestión genética, su cerebro no pudo completar el desarrollo. “Le faltó un hervorcito”, como decía Tere.  Jóse no conocía sus limitaciones y esto por otra parte era muy bueno, porque no le impedía sonreír siempre y jugar en el parque con mis hijos y con los niños de los vecinos, como una más. Se dio a querer por amigos y familia, y hasta por el Monti, nuestro incorregible beagle, que siempre soñó con la libertad. Cuando el alocado perro, al fin, alcanzaba la banqueta y emprendía la carrera, Jóse se limitaba a advertirle con toda serenidad desde la puerta: “Regresa, Monti; te vas a perder”. Y tal vez el perro la entendía, porque inexplicablemente, regresaba.

La Jóse era espontánea, su sonrisa dejaba ver unos dientes chuecos y amarillos, sus duros rasgos indígenas describían siglos de historia heredada, y su piel, años de exposición a la intemperie. Como decían las tías: “No era muy agraciadita”. De altura, no rebasaba el metro con cuarenta, pero su seguridad le aportaba al menos unos diez centímetros más, así que fueron desechados, por inoperantes, los tacones altos sobre los que intentó, sin éxito, pasear el domingo del puente a la alameda.

Derivada de aquellos paseos dominicales, su alegría de los lunes era contagiosa, ahí veía aunque sea de lejitos a los galanes, la mayoría de ellos trabajadores de la construcción que, a decir verdad, no se parecían en nada a los actores de las telenovelas de sus sueños, pero eso no importaba, ella los pintaba en su imaginación y a la primera víctima potencial que veía, le colocaba su marco.

Uno de esos lunes nos sorprendió: sus gruesas trenzas dijeron adiós. En el salón de belleza la dejaron bien pelona, pero bien moderna. Para cubrirse del frio, compró un par de tenis y unos pants muy deportivos. Aunque prefería su quetchquémetl solo lo usaba dentro de la casa, donde sabía que celebrábamos la belleza de sus bordados. Usarlo fuera representaba un llamado a la discriminación y un rechazo del grupo de las, modernas a fuerza, muchachas de la alameda. Ni soñar con ponerse su falda negra, su blusa de mil flores y sus huaraches. Se enteró de que ser trilingüe, no era para presumir, pero poco le importó mientras ligaba palabras en náhuatl, en huasteco y en español.

Salía los domingos a hacer valer su facultad de enamorarse, su derecho al romance. Ella quería ser como una de sus heroínas de la tele. No se sabía fea; se sabía merecedora y actuó en consecuencia. Su corteza cerebral, incapaz de procesar de manera eficaz otros pensamientos, enviaba información puntual al sistema endocrino, que disparaba dopamina cuando había un prospecto a la vista. Ostentaba todos los síntomas del enamoramiento: sudoración,  pulso acelerado, tartamudeo, aumento de la presión arterial, risa simple, taquicardia, alteración de la percepción del tiempo, pero sobre todo: mariposas en el estómago.

Perpetuar la especie no era algo buscado por ella, pero la naturaleza no perdona y se manifestó en los afanes de sus proveedores de cielos y de estrellas. Nueve meses después, el resultado fue Esmeralda, nombre adecuado para una heroína de telenovela que se le ocurrió para su primera hija.  El segundo efecto del amor, patrocinado por diferente progenitor, fue un niño de nombre José.  Cuando este nació, las hermanas de la despistada madre, hartas de tanto romance y sin pedirle permiso, suplicaron al doctor que procediera a realizar una operación para impedir otra consecuencia de la pasión.   

Se fue La Jóse de la casa, cautivada por su último enamorado y por el sueño americano del tipo, que al conseguirlo, la abandonó a su suerte. Lo último que supimos de la romántica viajera, por boca de la señora de la tortillería, es que ya se había “juntado” con otro señor. Monti, en vista de que ya no había nadie quien se lo pidiera: “por la buena”, también concretó sus planes de escape, no supimos más de él.

4 comentarios en “Te vas a perder”

  1. Querido Amigo! cuantas historias están viendo la luz, gracias a su pluma.
    A «La Jose» se le atribuye las ca…das de los pajaros??
    Un abrazo!!

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  2. Leer lo que escribes sobre La Jóse, me hace reflexionar sobre lo lejos que estamos como sociedad de alcanzar una verdadera igualdad de género.
    La Jóse tuvo suerte de llegar a una casa donde fue considerada como parte de la familia, sin embargo tu texto me hace pensar en todas aquellas mujeres que no tienen la misma suerte.
    Gracias querido amigo, porque con lo que nos regalas, escrito con cándidas palabras nos has llevado a la reflexión.

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    1. Gracias querida Ana Laura.
      El paso de la Jóse por nuestras vidas nos dejó gratos recuerdos pero también lecciones importantes. Como bien dices, estamos lejos de ser una sociedad solidaria.
      Jóse soporta tres tipos de desigualdades: la de género, la racial, y la de su discapacidad. Ojalá que en este momento esté con una familia que la cuide.

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