Agencia de viajes

¿Cómo se te ocurre pensar en que nos va a jugar chueco?, ¿qué no ves que tiene polio? Con ese pensamiento abordó su vuelo, con él dando vueltas en su cabeza, ignorando las turbulencias, contestando a la azafata sin meditar en sus respuestas, tomando una cerveza que no pidió, abrochando su cinturón en preparación para el aterrizaje, recogiendo su maleta y pagando el taxi, como un autómata, llegó al hotel.

            ¿Habría hecho lo correcto? Su esposa, al despedirse de él, le regaló la conjetura a la que se aferraba. Con la que acallaba sus remordimientos y posponía sus dudas. Un muchacho con polio sería incapaz de hacerles alguna trastada. Venderle el negocio a ese empleado de confianza no era algo de lo que él estuviera convencido.     Ese negocio comenzó como una aventura, como una forma de liberar a su esposa del trabajo como gerente de relaciones públicas en el que, en aquel entonces, era el mejor hotel de esa pequeña ciudad.  Ese puesto, a pesar de ser su orgullo y su diversión, no retribuía económicamente sus esfuerzos y a veces, sus desvelos. 

            El funcionario encargado de la cartera de Turismo en el Gobierno del Estado, después de tantas visitas de supervisión, ya era considerado un amigo. En uno de los eventos que ella coordinaba, al verla imparable como siempre y eficiente al extremo de la extenuación, fue que la idea vino a su cabeza.

            La idea se convirtió en propuesta. El permiso para abrir una agencia de viajes que sólo necesitaba de su visto bueno, en ese momento, quedaba aprobado. La noticia la tomó por sorpresa. Su primera reacción fue agradecer la oferta y la segunda fue pedir tiempo para meditarla.

            Era sin duda, una excelente oportunidad de obtener la independencia y los ingresos que en pareja, habían pedido a sus santos y a sus ángeles de la guarda. Al siguiente día, hicieron llegar su respuesta positiva. La inversión inicial necesaria estaba a su alcance, las comisiones pagadas por la compañía en donde él prestaba sus servicios, les permitían embarcarse en esa empresa. Encontraron un local en un lugar inmejorable y consiguieron el mobiliario necesario.

            La renuncia de ella a su puesto, era un trago amargo al que había que dar trámite. Con lágrimas en los ojos, pero haciendo esfuerzos para que no se notaran, el dueño del hotel y su fiel empleada se despidieron después de varios años de una relación laboral de absoluta confianza. Ambos sabían que el hueco que quedaba sería difícil de ser llenado.

            Los cursos de capacitación de las líneas aéreas eran insalvables. Tres personas como mínimo debían tomarlos. No contaban con ese inconveniente, ni con el presupuesto necesario para contratar a un empleado. Haciendo esfuerzos extraordinarios, lograron por fin echar a andar esa pequeña oficina. Después de un par de años de exitosa gestión, la agencia ya estaba en el ánimo de los viajeros de esa ciudad. Su mejor clientela eran los cientos de migrantes que volaban a la frontera. La primera secretaria que contrataron también decidió volar pero, enamorada, a atender ocupaciones propias del hogar.

            Entonces, se presentó ese muchacho. Afectado por la poliomielitis desde su nacimiento, se ayudaba con una silla de ruedas para resolver su inmovilidad. De trato amable y disposición, no fue difícil darle una oportunidad. El trabajo de escritorio se adaptaba a sus habilidades especiales y a sus necesidades como padre de familia. Fue tal la confianza depositada en él que, cuando a la pareja le llegó la oferta de aspirar a un puesto gerencial y cambiar de ciudad, no hubo dudas en nombrarlo encargado del negocio.

            Pero el muchacho no quiso ser un simple encargado. Lanzó una oferta de compra apoyado en los ahorros de su cuñado. Los trámites ante las líneas aéreas para hacer el cambio de representante legal tardarían algunos meses. En uno de tantos viajes, ella aprovechó para visitar al gerente de una de esas compañías con el fin de acelerar las gestiones. Él la recibió con cara de pocos amigos.

—Señora, ¿qué está pasando con ustedes? Eran de mis agencias más puntuales y ahora tienen un retraso en el pago de los boletos de más de tres meses.

—¿Retraso? No me diga eso. Mi encargado es muy cumplido. Es imposible que tenga un retraso, y mucho menos, de más de tres meses.

—Pues créame que lo lamento, estimada señora. Al parecer, su empleado no es lo cumplido que usted supone.

            Ella viajó de inmediato a su pequeña ciudad. No encontró en el negocio a su empleado fiel. En su lugar, estaba el cuñado, quien, consternado, le contó los pormenores de su ruina. El cuñado, con todo y su polio, su esposa e hija, tomó el dinero no reportado a las líneas aéreas y se largó a perseguir el sueño americano.

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